Hace unos días escribí una publicación en Facebook sobre los riesgos del coaching, desde entonces me he quedado pensando en si esto aplica solo en dicha actividad o si lo hay en otras disciplinas, y de ser así cuál sería dicho riesgo. La respuesta corta es que el riesgo no es solo para el coaching sino para todas las actividades y disciplinas que involucran al ser humano y su conducta, como lo es la sociología, la psiquiatría y la psicología. Sin embargo, los riesgos en estas disciplinas académicas es distinto al del coaching (el cual no es una disciplina académica) y consiste en que al basarse en el método científico y tener un marco teórico y epistemológico las podamos tomar como poseedoras de la verdad absoluta.
Los seres humanos estamos en una constante búsqueda de sentido y significado en la vida. Lo buscamos en la religión, la filosofía, el arte y las distintas ciencias, pero son las últimas las que han tomado especial relevancia en las últimas siete décadas. Con su discurso confrontativo hacia las creencias religiosas y el debilitamiento de la filosofía práctica, las ciencias han ocupado un mayor espacio en lo que la gente cree que es la verdad o las respuestas que pueden guiarnos en la vida. Y dentro de ellas la psicología y la sociología han tenido un auge y una influencia en la conformación de ideas como ninguna otra ciencia lo ha tenido.
La psicología a veces es situada en las ciencias de la salud y otras veces en las ciencias sociales, la razón es que su objeto de estudio (la conducta humana) está presente en todo quehacer humano y tiene un claro componente bio-psico-social, pero es justo esta complejidad la que dificulta su definición como una ciencia de la salud o ciencia social. Entre un psicólogo clínico y un psicólogo social hay muchas diferencias, tanto que pareciera que hablan desde disciplinas distintas o incluso contrapuestas. Pero no solo eso, entre un psicólogo clínico conductista y uno psicoanalista o un psicólogo humanista hay diferencias de gran importancia, incluso irreconciliables por la base metodológica, filosófica y antropológica de la que parten.
Esa diversidad de teorías y postulados dentro de la psicología hacen que pase por un constante proceso del “mainstream”, los modelos psicológicos se convierten en "modas" y dependen del autor con mayor apoyo económico y número de seguidores que su teoría en turno se convierte en la “última verdad de la psicología”. El problema aquí es que lo que se aseguraba en los 80’s se dejó de asegurar en los 90’s y lo que se asegura en el 2018 nada o poco tiene que ver con lo que se aseguraba en 1918. Ahora bien, ustedes podrán decir que el objetivo de la ciencia es su avance en el conocimiento y que por eso no acepta absolutos, hasta ahí estamos de acuerdo pues la ciencia está en un constante proceso de mayor entendimiento de su objeto de estudio y en el caso de la psicología así debe de ser, pero el problema no es ese, sino que en muchos casos lo que se afirma desde una corriente psicológica o desde una época en particular no tiene nada que ver o incluso contradice plenamente lo que otra corriente psicológica tiene que decir. En muchos casos no existe un hilo de Ariadna entre corrientes psicológicas y épocas históricas, por momentos parece que no existe continuidad. Suelen existir planteamientos que se acomodan a la época y las posiciones filosóficas o ideológicas en turno. Pongamos por ejemplo el concepto de inteligencia, un concepto básico en psicológica en donde supondríamos que debería de haber consenso pues todos los psicólogos hablan de ella y buscan medirla, la realidad es que no lo hay, para unos es un concepto que representa un fenómeno específico, para otros representa multiplicidad de ellos. Lo mismo podríamos decir de la consciencia (no confundir con conciencia, donde tampoco hay consenso) nadie sabe realmente qué y cómo se desarrolla la consciencia o incluso la voluntad o el libre albedrío o incluso la existencia de los trastornos mentales pues hay corrientes que los niegan y corrientes que los afirman, incluso entre quienes los afirman un día dicen que una conducta es trastorno y otro día dicen que ya no lo es porque socialmente les presionan para decir que no lo es. La realidad es que la psicología tiene mucho de subjetiva y no tanto de objetiva, incluso con su reciente énfasis en la búsqueda de tratamientos y postulados basados en evidencia.
Ahora bien, tal vez eso no sea del todo negativo, tal vez esa diversidad de pensamientos y teorías permiten una aproximación mayor a algo que nos resulta muy complejo o imposible de explicar; la existencia misma y la conducta humana en ella. Sin embargo, la psicología actual es una forma de torre de Babel donde existe gran confusión. Una investigación en los 90’s señaló que en ese entonces en USA se practicaban más de 360 tipos de terapias, ¡se imaginan! ¿cuál de ellas es efectiva y cuál no lo es? ¿cómo entablar un lenguaje común entre 360 formas distintas de entender el desarrollo y el sufrimiento humano, y de proveer tratamientos y bienestar?
Desde el 95 me comprometí con la psicología como la disciplina a la que le entregaría mi actividad laboral e intelectual, después de 23 años he visto cómo pasamos de creer que el psicoanálisis era la respuesta, a que lo cognitivo conductual lo era y ahora a que los estudios de género y la psicología social son quienes poseen las explicaciones. Seguro que en 20 años habrá otra “respuesta”. Y si bien todas estas áreas de la psicología aportan a un entendimiento mayor sobre la conducta humana, el problema es que lo que es verdad hoy no puede no ser verdad ayer o mañana, o es verdad siempre o nunca lo fue o tal vez lo fue parcialmente. Y esto último es lo que los practicantes de todas las ciencias debemos recordar, pues tenemos verdades parciales o aproximaciones a la verdad; como lo mencioné antes en ciencia no hay absolutos.
Por lo tanto el riesgo mayor de la psicología, y tal vez de todas las ciencias, es la soberbia intelectual que sus practicantes pueden mostrar creyendo que con la teoría en turno pueden dar respuesta a todas las interrogantes del comportamiento humano. Riesgo que puede llevarles a desdeñar las diversas escuelas psicológicas y otras disciplinas afines que tienen mucho que aportar, así como a no reconocer que aunque tenemos un conocimiento sobre la naturaleza psíquica del hombre este aún es limitado y nos falta mucho por comprender.
Al escoger a un psicólogo para recibir un tratamiento es conveniente preguntarle sobre el tipo de terapia que utiliza, los estudios que ha realizado para ejercerla y sobre su visión del ser humano. Cómo entiende él o ella los problemas que hemos de enfrentar y si tiene o no una apertura a otras disciplinas y explicaciones. También es importante preguntar sobre su posición ante las creencias espirituales y existenciales y si las considera de valor positivo o negativo para el paciente. Un buen terapeuta no buscará imponer sus creencias, ni siquiera de convencer que su terapia funciona o que es “la mejor”. Un buen terapeuta invitará a sus pacientes al empirismo colaborativo, una forma de trabajar donde el paciente mismo pondrá a prueba si la terapia y sus estrategias son funcionales para él o no, si encuentras respuestas a los problemas que enfrenta o no.
Pero sobre todo es importante que el psicólogo reconozca que su disciplina ha logrado dar respuestas a las interrogantes que se plantea la psicología, que ha logrado aciertos y desaciertos, pero que no es poseedora de la respuesta final y que por ello la modestia y la humildad intelectual son necesarias, como lo son para todas las ciencias y sus practicantes. Es esa humildad lo que permite que el psicólogo y su paciente se embarquen en el proceso de la psicoterapia con seguridad para utilizar lo que ha probado ser efectivo y con apertura a probar lo que a cada paciente puede ayudarle en su búsqueda de sentido y afrontamiento de la adversidad. Es esa humildad lo que puede hacer que la psicología siga, como disciplina académica y científica, descubriendo y aportando más sobre la complejidad del ser humano.
Saludos
Dr. Mario Guzmán Sescosse
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