Los ataques de ansiedad (también conocidos como crisis de angustia o ataques de pánico) son una aparición súbita de síntomas físicos y psicológicos como: aumento de la frecuencia cardiaca, falta de aliento, sudoración, temblores, opresión torácica, hiperventilación, ideas de perder el control o de morirse, despersonalización ("no me controlo a mí mismo") desrealización ("pareciera que esto no es la realidad, sino como en una película"), dolores de cabeza, etc.
Estos síntomas regularmente alcanzan su máximo en periodos cortos de 10 o 15 minutos y lo síntomas empiezan a disminuir a veces de manera súbita y otras veces de manera gradual.
La ansiedad en sí misma no tiene nada de malo, de hecho sirve para echar a andar un excelente mecanismo de supervivencia con el que contamos todos los seres vivos que tienen una glándula llamada amígdala (o pituitaria) y ponernos a salvo de los peligros; a esta respuesta le llamamos mecanismo de lucha, huida o paralización.
El problema se presenta cuando este mecanismo se activa sin un peligro real, sin una amenaza objetiva como con los pacientes con trastornos de ansiedad. Y es que son sus pensamientos, creencias e imágenes mentales, y no las situaciones objetivas o reales, las que están activando estas crisis de angustia. Es fundamental para ellos aprender a distinguir entre pensamientos racionales e irracionales; es decir aquellos basado en la objetividad y la evidencia, y los que están basados en sus supuestos o creencias, pues es en estos últimos donde está el origen de su problema.
Pero también es fundamental reconocer la tendencia a los pensamientos catastróficos; me voy a morir, me dará un ataque al corazón, nunca podré superar esto, y a los pensamientos de autocompasión; pobre de mí, Dios mío por qué me has mandado esto, yo no puedo más con este mal. Albert Ellis le llamó a este conjunto de pensamientos "Tremendismo no-soportantitis"; "Esto es terrible y no puedo soportarlo"
Los pensamientos catastróficos y la autocompasión no solo mantienen las crisis de ansiedad, sino que además impiden la recuperación y asumir las estrategias terapéuticas que lleven al cambio. En ocasiones, las medicinas suelen reforzar dichos pensamientos pues el paciente piensa; "sin las medicinas no podré salir adelante, yo no puedo estar bien sin la medicina, si no la tomo algo muy grave me pasará". De ahí (además de sus efectos secundarios) que las medicinas no sean la primera opción para tratar estos problemas, ni sea aconsejable tomarlas sin un acompañamiento psicológico, pues de hacerlo así sirven como reforzador de la ansiedad.
Si tú padeces de crisis de ansiedad recuerda que lo que te dices es crucial en tu recuperación. Tus crisis son difíciles, desagradables y muy molestas, pero no son imposibles. Aprender a tolerar la ansiedad, a dejar de evadir lo que te provoca la ansiedad, a modificar tus pensamientos autoderrotistas y buscar nuevas formas de afrontarla es fundamental para su superación. En una terapia podrías aprender paso a paso cómo lograrlos.
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