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¿Qué es el amor?

Es cosa común que en cada generación se hable sobre el amor y se busque dar una explicación sobre qué es y qué no es. Poetas, filósofos, teólogos, psicólogos y hasta políticos han aportado sus ideas sobre dicha experiencia que la mayoría anhela tener.

El amor ha servido para explicar la relación entre los sexos, con los hijos, con los padres, los amigos e incluso con los enemigos. En épocas recientes también se ha utilizado como bandera de cambios políticos y sociales con el fin de modificar la forma en que entendemos el matrimonio y la familia. El "love is love" no es sólo una frase o una definición circular, sino una estrategia política para usar algo que a todos nos importa y así lograr cambios en la sociedad.

Pero las definiciones y la utilización de este concepto por unos y por otros pueden ser tan distantes que pareciera que se habla de fenómenos diversos y no del mismo concepto. Por ejemplo, el amor entendido por los hedonistas es diferente al amor de los sadistas y éste muy diferente al amor cristiano que a su vez es distinto del amor de los escritores románticos o del amor de Hollywood y el de las telenovelas. El amor es un concepto que todos anhelamos, pero también que entendemos de maneras variadas.

Por ello, en este ensayo quiero analizar el amor desde la visión de Tomás de Aquino y de C. S. Lewis; dos autores de distintas épocas que lo han explicado con simplicidad y al mismo tiempo con profundidad, es decir, con excelente parsimonia.

Para Tomás de Aquino el amor es "querer el bien del otro." Su definición es breve, pero no sencilla, por ello necesitamos preguntarnos ¿qué es querer y qué es el bien del otro?

Lo primero que hemos de comprender de la definición de Aquino es que para él el amor no es una simple emoción, tampoco es algo que nos pasa azarosamente, ni tampoco algo que se limita a desear carnalmente a otro ser humano. Para Aquino, el amor es una disposición a buscar aquello que es bueno para alguien más. Es un llamado a salir del "yo" para entrar en el "otro" Es una exhortación para dejar a un lado la satisfacción personal, para convertirse en agentes de satisfacción del otro. Así pues, para Aquino, el querer no se limita a la saciación de algo que uno no tiene o que uno desea, el amor se encuentra en reconocer una carencia en el otro y buscar saciarla.

Con ello, una nueva pregunta es necesaria de resolver ¿qué tipo de carencia es esa que uno anhela resolver en el otro? Y es que, el que ama al otro no busca saciar todo deseo o apetito que esa persona experimenta, pues muchos pueden ser nocivos e ir en contra de aquello que edifica al otro. De ello que, el que ama no solo sacia, sino que también limita al otro en aquello que no trabaja para su bien, de ahí que el amor tiene límites, no para coartar la libertad del otro sino para protegerla. Es por eso que Aquino nos dice que el amor "es querer el bien del otro" porque es ahí, en el bien del otro, y solo ahí, donde el amor puede tener lugar.


¿Qué es el amor?

Hasta aquí he ofrecido una posible explicación a la primera parte de la definición "el querer" aún falta explicar ¿qué es ese bien que el otro necesita de nosotros? Y para ello utilizaré a C.S. Lewis y su explicación de los cuatro tipos de amores que ofreció a su primo en una carta en 1940.

Lewis, nos dice que la palabra amor en griego tenía tres expresiones o manifestaciones; 1- Eros; amor sexual 2- Storge; amor a la familia y 3- Philia; amor a los amigos. El cristianismo introdujo una cuarta manifestación del amor, el Ágape; amor que se sacrifica sin buscar un beneficio personal. Sacrificio hasta el punto de la cruz, hasta el punto de la muerte. Yo propongo una quinta forma de amor que he llamado El verdadero amor propio y no la mal comprendida autoestima de la que tanto se habla hoy en día.

Veamos pues como cada una de estas cinco manifestaciones del amor pueden ayudarnos a comprender el "bien del otro" del que nos habla Aquino.


1.      Eros.

Eros (en referencia al dios griego) se manifiesta a través del deseo sexual, del impulso que nos lleva a observar y admirar los atributos estéticos del otro y buscar la interacción sexual. Eros, se expresa con claridad al entrar en la pubertad donde los andrógenos y los estrógenos se activan para promover el desarrollo físico y el llamado evolutivo a la reproducción que permite la perpetuación de la especie. Con dicha activación hormonal también viene la apreciación del cuerpo del otro y el deseo de unirse y transmitir el material genético que dará a vida a un nuevo ser humano.

En Eros, el “bien del otro” se alcanza cuando trascendemos el componente evolutivo/animal y nos adentramos al componente psicoespiritual de la sexualidad. Cuando vemos al otro no como un objeto de gratificación sexual, pero como un ser humano con necesidades emocionales y espirituales, a la vez que vemos el sexo no solo como un llamado a la reproducción, sino a la unidad profunda.

El bien del otro se alcanza en esta manifestación del amor, cuando ponemos el deseo carnal por debajo del llamado a respetar la dignidad del otro y a encontrar una unidad permanente con dicha persona. Cuando vemos que reproducción y unidad, bajo el cobijo del respeto al otro, son el binomio que dan sentido a la sexualidad.

Así pues, Eros es verdadero amor cuando se experimenta en un vínculo permanente e indisoluble como es el matrimonio donde se tiene un lugar íntimo para disfrutarlo, viviéndolo en formas que no denigran al otro, sino que resaltan su dignidad y donde se tiene la seguridad de que juntos harán frente a las consecuencias naturales de la sexualidad, como son los hijos o las complicaciones médicas, y aún más, donde se sabe que la desnudez física es un símbolo de la desnudes espiritual que se ha desarrollado a través del tiempo, de la intimidad, del cuidado y del cariño al cónyuge. 

En Eros, el límite que ayuda a conseguir el “bien del otro” se encuentra en no permitir ser reducido a un objeto de gratificación sexual, en no ceder a prácticas que lastiman o denigran la dignidad y en superar la tentación de ver la sexualidad como mera satisfacción de apetitos físicos, para así abrirse a la experiencia carnal y espiritual a la que están llamados los esposos. 


2.      Storge

Storge es el amor hacia la familia, el amor que no es de Eros (erótico) hacia el cónyuge y los hijos. También es el amor hacia los padres y hacia los hermanos, e incluso a la familia más extendida como son los primos y los tíos. Es el amor a la tribu. Pero dicho amor conlleva un orden, y es ahí donde radica el “bien del otro.” Uno está llamado a amar a toda la tribu o familia, pero de manera más inmediata y especial a aquellos que son consecuencia de sus acciones y decisiones, es decir al cónyuge y a los hijos.

Storge a los hijos y al cónyuge conlleva el deseo activo de cubrir las necesidades materiales, emocionales, sociales y espirituales de ellos. Se manifiesta en el padre que se levanta todas las mañanas a trabajar para proveer los recursos que permitirán a sus hijos educación y salud. Se expresa en la madre que a pesar del cansancio se levanta a medianoche a amamantar a su hijo. Se muestra cuando los padres enfrentan las dificultades que conlleva la adolescencia y que saben, como lo dice el vídeo de Hirukide, que hay que “amarlos cuando menos lo merezcan porque es cundo más lo necesitan.” Se observa cuando los padres reciben al hijo con discapacidad y le dan el amor, y la atención que requiere aceptándolo como es.

Storge es también el amor conyugal fuera de la manifestación erótica. Se expresa en el cónyuge que es paciente cuando el otro está en crisis emocional. Lo observamos cuando uno de los dos decide privarse de algo para darle la oportunidad al otro de obtener lo que necesita. Es experimentado plenamente cuando el esposo o la esposa ponen el bien del otro como prioridad, como quien cuida del cónyuge con enfermedad crónico-degenerativa.

Pero Storge también tiene límites que ayudan a proteger el “bien del otro.” Es el padre o la madre que reprende a sus hijos por no cumplir con lo acordado. Son los padres que generan consecuencias ante la conducta inapropiada de sus hijos. Son los padres que aceptan que sus hijos son capaces de hacer el mal y que por ello les corresponde guiarlos en la vida, incluso cuando hacerlo es difícil y doloroso. Son los padres que no sobreprotegen a los hijos y les enseñan a hacer las cosas por sí mismos. Es también el cónyuge que no me permite la violencia física o psicológica y que tampoco permite la infidelidad. Es el cónyuge que habla con asertividad y firmeza cuando el otro actúa indebidamente y pone en riesgo el vínculo. Es el cónyuge que incluso genera consecuencias por amor al otro que ha perdido la brújula y camina bajo la desorientación del alcohol, las drogas, la pornografía o la infantilización y la resistencia de asumir su rol de adulto, su rol de madre o padre o su rol de esposo o esposa comprometida.

Cuando alguien manifiesta el amor de Storge no sobreprotege, pero tampoco permite la sobre indulgencia. Reconoce al otro como individuo, con su forma de ser y sus necesidades por lo que no busca que sea una copia de sí mismo o una versión de “como yo quiero que sea”, pero también lo reconoce como miembro fundamental de la comunidad familiar y por ello busca que asuma su lugar en ella.


3.      Philia

El amor manifestado en Philia, conlleva una forma de vínculo distinto. Es el amor entre amigos, el amor que incluso llevó a Jesús a decirle a sus apóstoles “los he llamado amigos no siervos (Juan 15:15).” Philia es pues, una necesidad psicológica y espiritual. Los humanos evolucionamos para ser seres comunitarios no aislados. Sabemos que el aislamiento incrementa el riesgo de muerte prematura, de enfermedades metabólicas y neurodegenerativas, así como los trastornos psicológicos como lo señala el reporte de la HHS. Sin Philia, la vida se vuelve más difícil. Con Philia, la vida y sus adversidades se hacen más llevaderas, pues el juego, la diversión y el alivio se hacen presentes.

                Pero Philia, al igual que las otras formas de amor, se manifiesta plenamente cuando está dirigida al “bien del otro” y tiene límites que protegen dicho bien. Ese bien se encuentra cuando la amistad es dirigida para que el amado amigo se conduzca correctamente. Es la amistad que ayuda al otro a asumir más plenamente los roles y responsabilidades que el otro lleva en la vida como es el ser padre, el ser hermano, el ser hijo, el ser ciudadano activo, el vivir la vida con propósito y sentido, el orientarse hacia la trascendencia y no hacia el ensimismamiento.

En Philia se “carga la cruz” del otro para hacerla más llevadera, como lo hace Simón de Cirene con Jesús, pero no lo exenta del todo de la cruz, le ayuda a aceptarla, transformarla y superarla. Por ello el amor filial se expresa plenamente cuando el amigo no encubre lo que está mal, cuando el amigo no es un cómplice de aquello que lleva al otro a alejarse de su responsabilidad en la vida. La manifestación de Philia es ayudar al otro a ver lo que se resiste a ver pero que le daña, es ayudarle a crecer en la adversidad, es ofrecerle soporte cuando todo se tambalea para que no desista a su llamado y lo enfrente, es aligerar, pero no exentar la carga.

Por ello la Philia también tiene límites que son necesarios de ejercitar. Desde el amor filial se tendrá, en ocasiones, que hablar y decir “lo que haces no está bien” o “no puedo apoyarte en lo que me pides porque te hará daño a ti y a tu familia” o “sé que quisieras que apruebe lo que haces, pero no puedo, pues es contrario a tu bien”

                El verdadero amor en Philia busca que el amigo se convierta en la persona que está llamada a ser a nivel emocional, social, laboral, familiar y espiritual.      


4.      Ágape

Ágape es el amor que duele, es el amor que se sacrifica, es el amor que se encuentra en la cruz. Es “amar hasta que duela” como lo decía la madre Teresa de Calcuta. Es Jesús diciendo a sus apóstoles: “Nadie tiene un amor mayor que éste: que uno dé su vida por sus amigos (Juan 15:13).”

                Ágape es la manifestación más plena de la definición de amor de Aquino, pues es querer el bien del otro sin nada a cambio, incluso cuando el otro no es merecedor de dicho amor. Es “amar a tus enemigos (Mateo 5:44)” es “perdonarlos setenta veces siete (Mateo 18:22)” es “perdonarlos porque no saben lo que hacen (Lucas 23: 34).” Es un amor que no conoce límites, “es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Corintios 13:4-8).”

Esta forma de amor es contraria a la naturaleza del hombre que ha evolucionado para procrear y sobrevivir incluso a costa de otros. Es una revelación contra las fuerzas de la evolución. Ágape es un disruptor de la vida cotidiana, de nuestro entendimiento de la justicia, de nuestro deseo de venganza y de buscar el bien personal por encima del bien del otro.

Ágape, no tiene lógica, ni beneficio propio. Ágape es la muerte del “yo” para pasar absolutamente al “nosotros” y aún más a “los otros.” Ágape es la locura de desear el bien del otro por encima de todas las cosas. No es el autosacrificio patológico que busca la aprobación y el amor del otro, pues Ágape es desinteresado, su única recompensa es el bien del otro.

Y es precisamente por la irracionalidad, la falta de lógica y la locura que es Ágape que es tan difícil de lograr y tan escaso en nuestra época. Es por ello por lo que los judíos no lo aceptaron en la cruz y que hasta ahora se burlan de él los que creen no necesitarlo, los que se creen superiores a los creyentes. Pero es ahí donde radica su dificultad, pues Ágape es solo posible en la humildad en la kenosis, nunca en la soberbia.

Solo aquel que se reconoce indigno del amor de Dios puede experimentar el amor de Dios, no porque Dios no lo dé a todos, sino porque solo el humilde está capacitado para recibirlo, es él el que experimenta la theosis. El ego, el “primero yo”, el “merezco tener lo que deseo” es el enemigo de Ágape.

Y si bien su máxima expresión es en la cruz, el Ágape también se encuentra en el día a día cuando decididamente ponemos a Eros, a Storge y a Philia al servicio del otro, cuando los vemos como vehículos que conducen al individuo fuera de su egoísmo para así llegar al otro. Cuando vemos que, en cada uno de ellos, con cada persona a la que se dirigen dichas formas de amor, hay la posibilidad de olvidarse de uno para buscar el bien del otro.

Ágape duele, porque se pone el bien del otro como prioridad. No porque no se busque el bien para uno mismo, sino porque se comprende que ello se alcanza cuando el objetivo es el bien del otro.


5.      El verdadero amor propio y no la mal entendida autoestima.

Albert Ellis criticaba, junto con otros autores, el concepto de autoestima, incluso considerándola una creencia irracional. Y es que, si la autoestima es entendida como el sentirse bien con uno mismo o la satisfacción de los anhelos personales que incrementan la sensación de logro y de ser aprobado o reconocido por los demás, entonces es sin duda una creencia irracional.

                Dicha forma impropia de entender la autoestima ha dado pie al llamado mundo de “influencers” y de narcisistas en nuestra sociedad. Es lo que alimenta la obsesión detrás de las redes sociales que busca más “engagement” y “likes” y comentarios para satisfacer los deseos narcisistas encubiertos en unos y explícitos en otros. Es también lo que está detrás de la patológica búsqueda de ser exitosos, y de las inocuas frases como “tú puedes lograr tus sueños” o “tú eres el límite de tu éxito.” Una autoestima así no busca el bien del otro, una autoestima así es en realidad un sinónimo del ego y como tal una receta para el sufrimiento autoproducido.

                El amor propio al que me refiero es el amor que nos lleva a querer el bien para nosotros mismos pero sin ir en contra del otro. Es el amor que no se encuentra en los éxitos económicos, en la popularidad, en el físico atractivo o en la aprobación de los demás. Es el amor que se encuentra en las palabras de Jesús cuando explica el segundo de los mandamientos “amar a tu prójimo como a ti mismo (Mateo 22:39).” Es desear, y buscar activamente, eso que vimos en Eros, en Storge, en Philia e incluso en Ágape para uno mismo.

                El amor propio busca que en Eros el otro respete nuestra dignidad, nos vea como un ser psicoespiritual y no como un objeto sexual y que por ello muestre compromiso. Es el amor que busca que en Storge la familia le reconozca como miembro valioso y digno de ser amado. Es el que en Philia busca que sus amigos le ayuden a ser la persona que está llamada a ser y por ello es selectivo con quién y con quién no buscará dicha manifestación del amor. Es el Ágape que da muerte a sus deseos e impulsos destructivos, es el del ascetismo, el que se sacrifica a sí mismo por saberse amado y llamado a algo mayor que la satisfacción de los deseos propios.

El amor propio busca el bien de uno mismo, no como un acto egoísta, sino como una necesidad sine qua non para amar a los demás. Es un reflejo del compromiso con la Verdad y el amor a Dios y al prójimo.

El amor propio busca el autocuidado no para lograr la popularidad, la fama o el éxito, sino para ser vehículo de amor para otros. De ahí que, en el amor propio, el ejercicio, la alimentación, la vida intelectual, el trabajo y la espiritualidad no son resultado de una tendencia de redes sociales, sino un compromiso con uno mismo y con los demás para practicar el Eros, el Storge, la Philia y el Ágape de manera plena y profunda.

Sin el amor propio verdadero, las otras formas de amor se ven comprometidas. Con él se desarrollan en plenitud.

 

Con lo dicho hasta aquí, hemos podido analizar la definición de amor de Tomás de Aquino y hemos visto su aplicación, o la realización de “el bien del otro”, en las cuatro formas de amor propuestas por C. S. Lewis y en la quinta forma de amor que propongo; el verdadero amor propio.

                Sin duda hay más que decir sobre el amor, la historia de la humanidad lo ha venido haciendo desde sus inicios y continuará hasta su final. Mientras ello sucede, es responsabilidad de todo individuo, de toda época y de toda sociedad cuestionarse cuál es su significado y su aplicación en la vida diaria. Sin dicha meditación profunda, se corre el riesgo de que el amor se convierta en un eslogan político como lo ha hecho en los últimos años o en una expresión distorsionada que, en lugar de elevar al espíritu humano, lo condene a las sobras de su propio ego.

                El amor es pues un compromiso, un sentimiento, una decisión, pero sobre todo “es querer (y buscar) el bien del otro.”

 

Saludos con aprecio.

Dr. Mario Guzmán Sescosse

 

 

 

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